Para
efectos de un trabajo promocional, debíamos en aquel verano degustar algunas
marcas de buenos vinos, pero como las fichas organolépticas traen descripciones
como: “dejos de frutos rojos con acentos de heno recién cortado” nos
preguntamos a qué demonios huelen los frutos rojos y el heno recién cortado,
así que tuvimos que habilitarnos con una nariz del vino (Le nez du vin), copas,
decantadores, identificadores de copas y toda suerte de parafernalia que
cualquier villamelón en cultura enológica se prodiga; incluída una visita por
“Tierra de vinos” para surtirse de algunas muestras que incluían tintos
chilenos, españoles, franceses y por supuesto del Valle de Guadalupe.
Adentrada
la noche y llegados al cuarto varietal, la Chata Vázquez lanzó un equívoco discurso
sobre los taninos y etanoles y yo, un poco achispeado le recordé los versos
preparatorianos: Antonino fue por vino/ se cayó por el camino/ pobre vaso,
pobre vino/ pobres nalgas de Antonino. Pero el asunto no pasó de la quinta
ronda sin que la Chata cayera en un profundo y etílico sopor. Despertó como a
las siete de la mañana del día siguiente sintiendo los estragos de la resaca y
pidió con voz entrecortada, —quiero un licuado de fresa. Supe entonces que “El
Michoacano” era la respuesta.
Antes
de “El Michoacano”, para disfrutar de una buena birria la visita obligada era a
la cantina “La Polar”, la cual es buena, sin lugar a dudas; pero que tiene un
serio inconveniente para quienes vivimos al sur de la región más transparente:
hay que cruzar media urbe para apersonarse en el lugar de referencia. Conocí al
“El Michoacano” en Santa Úrsula, a principios de los noventa por recomendación
de un conocido. Era entonces una accesoria pequeña con una propuesta de valor
suficiente para captar la atención del consumidor: buena birria, cerveza fría y
complementos de aguacate y quesadillas. El trabajo de recomendación de boca en
boca (WOM dicen los gringos: Word of mouth)
hizo su parte, pronto la clientela se volvió abundante llevados por las
buenas ponderaciones de quienes habían disfrutado del platillo. El local tuvo
que ampliarse y hubo necesidad de incluir una lista de espera para regular el
flujo creciente de la clientela. Impulsado por el WOM, “El Michoacano” creció
tanto que se convirtió en “Michoacanísimo” con un segundo local a dos cuadras
mucho más amplio y de dos plantas y aún así, insuficiente para dar abasto a los
comensales que abarrotan el lugar los fines de semana. Llega de todo,
parroquianos, hipsters, personalidades de la farándula y trasnochados en búsqueda
de alivio cuando se trae la cruz a cuesta.
La
irrupción del internet trajo una nueva modalidad de recomendación no personal;
el eWOM (Word of Mouse) y las redes sociales dieron cuenta de ello, así como
los sitios especializados en recomendaciones gastronómicas. Actualmente cuenta
con un sitio web lanzado en el 2008 y tiene una ponderación de 9.2 sobre 10 en
Foursquare.
¿Puede
un negocio alcanzar un buen posicionamiento a través de la recomendación de
boca en boca, sin necesidad de grandes campañas de promoción? Michoacanísimo
parece probar que sí es posible y en el mismo sentido conozco escuela, tiendas,
restaurantes y hasta puestos callejeros que gozan de una respetable salud
comercial basada en el WOM y hoy, en el eWOM.
***
El
remedio surtió su efecto, aunque de camino, todavía entre los sopores del
sueño, La Chata volvió a decir:
—Quiero
un licuado de fresa.